El obstáculo invisible que te boicotea (y cómo desarmarlo)

Querida amiga:

Están los impuestos y los algoritmos y los costes que te dejan sin margen de beneficio, y el tiempo que se nos escurre y nunca da para lo que queremos… Está todo eso.

Y luego estamos nosotras mismas.

Creemos que las enemigas de nuestros negocios son todas esas cosas externas que convierten el llegar a fin de mes en positivo en una carrera de obstáculos digna de unas olimpiadas. Pero no.

Hay un obstáculo más grande. Algo que nos lo pone todo aún más difícil. Un enemigo que nos boicotea tan a menudo que incluso hemos terminado pensando que no es el enemigo.

Es la historia que nos contamos sobre nosotras mismas.

Hace unos días fui ponente en Woman Rocks Madrid. No era mi primera vez, ni en Woman Rocks ni en otros escenarios. Lo cierto es que he tenido la suerte de ser llamada como ponente en multitud de ocasiones casi desde el inicio de mi emprendimiento.

¿Pero sabes qué? Siempre lo he vivido con un síndrome del impostor de narices.

No porque yo no sepa de lo mío, sino porque siempre me he dicho que los escenarios no son mi fuerte. Que lo mío es crear en soledad, desde mi burbujita, en el arrullo de la luz de mis ventanales, entre mis libros, con la cámara en una mano, papel y boli en la otra, y el corazón en danza.

Esa es la historia que me he contado durante años. Y la he ido alimentando con grandes dosis de comparación.

Hay un momento muy gráfico cuando participas en un evento como ponente. Es ese en el que estás esperando tu turno, sentada en la sala, observando en acción, una tras otra, al resto de ponentes invitadas.

Ahí estás sentada, en 1ª fila, mirando de cerca a todas esas personas talentosas llenando el escenario, usando palabras grandilocuentes, creciéndose de forma natural frente a todos, como una planta a la que no le falta abono ni aire ni sol ni lluvia. Qué espectáculo tan maravilloso asistir a ese despliegue de personalidad… 

Y a la vez, ahí estás tú, preguntándote precisamente qué haces ahí, sintiendo en cada poro de tu cuerpo que tú no perteneces a ese lugar.

Porque te lo has contado tantas veces que te lo has creído. Y porque sí, tal vez hay algunas cosas que refuerzan esa idea.

A mí, por ejemplo, siempre me ha dado mucho pudor llegar al evento en cuestión y saltarme la cola para entrar. 

Se supone que las ponentes no tenemos que hacer cola pero… ¿por qué no? 

Si yo he llegado más tarde que todas esas personas… ¿por qué tendrían que esperar ellas más que yo para entrar?

Me estoy acordando de Mani, una chica a la que conozco de redes desde hace muchos años, escandalizada cuando me vio en la cola de Woman Rocks.

También me acuerdo de la expresión de incredulidad de la amiga que la acompañaba cuando nos presentó en la cola y le dijo que yo era una de las ponentes.

Ay, qué risa.

Yo no sé cómo se ven estas rarezas mías desde fuera. Pero me gusta pensar que no invalidan el contenido de mi ponencia.

Puedes saber mucho de algo (y que te inviten a hablar de ese tema) y a la vez seguir siendo la vecina de al lado. O eso quiero pensar.

Lo cierto es que me siento diferente y me comporto diferente. Y no sé cuál de estas dos es causa y cuál es consecuencia.

El otro día fui la única ponente que no salió al escenario bajando unas escalinatas mientras me apuntaban todos los focos (yo quise salir desde un discreto lateral… de nuevo el pudor haciendo de las suyas). Y creo que fui la única que no preparó un lead magnet ni un QR para engrosar convenientemente mi lista de suscriptoras.

Yo salí a hablar de lo mío.

Y si te soy sincera, no puedo evitar preguntarme si lo hago por ser coherente con la persona que soy (quiero pensar que sí, al menos en parte) o lo hago porque me he condicionado a mí misma con toda esa narrativa a fuerza de repetirme que los escenarios no son lo mío.

La cuestión es que durante muchos años salía a escena con todo ese síndrome del impostor sobre mis hombros, empezaba a hablar de lo mío y, al hacerlo, como me gusta verdaderamente aquello de lo que hablo, entraba en trance y se me olvidaban los nervios, los sudores y cualquier cosa que no fuera lo que yo había ido a contar. Eso lo llenaba todo.

Cuando bajaba del escenario, no era consciente ni siquiera de cómo lo había hecho. Era el feedback de la gente lo que me permitía medir qué tal me había ido.

Después todo ese feedback positivo se me olvidaba y, para cuando me invitaban a la próxima ponencia, en mi cabeza reinaba una sola idea: “Susana, esta vez será la última. Los escenarios no son lo tuyo.”

Pero hace unos días en Madrid pasó algo.

El feedback no solo fue positivo. Fue tan abrumador, tan increíble, tan abundante que mi cabeza no ha podido hacer lo de siempre: minimizarlo y olvidarlo en unos días.

Me hace mucha gracia porque parece que todo se orquestó para que yo no pudiera ignorarlo.

Una de las ponentes no solo me felicitó varias veces, sino que se acercó una última vez más para asegurarse de que yo era consciente de quién era ella y a qué se dedicaba.

Ella se dedica a enseñar a hablar en público de forma brillante a otras personas.

¡Imagínate la ironía para mi cerebro! Mi cabeza dio un triple salto mortal y de repente una semillita tímida empezó a brotar.

¿Y si todo eso que me había estado contando es mentira?

¿Y si a mí sí se me dan bien los escenarios?

¿Y si todo eso que hago diferente no tiene nada que ver con ser mejor o peor hablando en público?

Desde fuera puede parecer algo obvio: si la gente siempre me felicita y los organizadores me siguen llamando… ¡no será porque se me da mal!

Pero cuando esa realidad tan “de cajón”, tan evidente para todas, choca frontalmente con la historia que tú te estás contando, no es tan fácil verlo.

Lo interesante es que, más allá de la anécdota, esto me abrió la puerta a otras preguntas: ¿Qué otras historias me estoy contando sin darme cuenta? ¿Qué otras mentiras me estoy diciendo a mí misma que me impiden avanzar?

Es más, te lanzo la pregunta también a ti: ¿qué historias te estás contando? ¿Qué obstáculos te estás poniendo que están haciendo de tu emprendimiento una lucha contra ti misma?

¿Qué te dices cada vez que vas a hacer algo? ¿Que no se te da bien vender? ¿Que lo tuyo no son los números? ¿Los vídeos, quizás?

Y ahora plantéate esto: ¿piensas eso porque lo ves en tus acciones o actúas así porque se acomoda a lo que piensas?

Dale una vuelta.

Quizás al final de todo esto la verdadera pregunta no sea si eres buena o no en los escenarios, o en vender, o en los números, o en grabar vídeos.

La pregunta es: ¿qué historias quieres que te acompañen de ahora en adelante?

Porque lo cierto es que los escenarios, las ventas, los números o los vídeos no tienen ningún poder en sí mismos. 

El poder lo tiene la narradora que llevas dentro. 

Y esa narradora puede hacerte pequeña o puede abrirte un espacio en el que, de repente, cabe todo lo que eres.

Yo he pasado demasiados años creyéndome un relato equivocado. Voy entendiendo al fin que lo poderoso es escribir otro en vez de luchar contra él.

Uno en el que también hay nervios, rarezas, dudas y alguna risa, sí, pero en el que esas cosas son precisamente la tinta con la que se escribe la autenticidad, y no un obstáculo como creías.

Así que, amiga, quizá el reto no tenga nada que ver con demostrar hacia afuera. 

Quizá el verdadero reto esté dentro: en atreverte a cambiar la voz en off de tu propia historia. 

Y volver a contártela. 

Una y otra vez. 

Hasta que lo imposible deje de sonar imposible y empiece a sonar a ti.

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