Querida amiga, hablemos sobre el miedo. Bueno, no, hablemos mejor sobre la audacia.
Hablemos de ese instante minúsculo en que podríamos seguir como estamos o podríamos apostar por algo que nos da un poco más de vértigo. Hablemos de esa frontera exacta en las que empiezan las cosas que puede cambiarlo todo.
Pero antes deja que te cuente algo. Como sabes, la semana pasada no hubo episodio. Mi cuerpo y mi cabeza me pidieron que bajara un poco el ritmo y yo, que hace tiempo que aprendí que ni soy ni quiero ser una superwoman, obedecí. Venía de días intensos: mi hija con otitis después de haber pasado unos días en Sevilla por una emergencia familiar, la preocupación todavía pegada en mis huesos, trabajo atrasado, y un episodio anterior (el nº 64) que bien podría haber sido una clase de pago en la que lo di todo.
Si lo escuchaste en su día, sabrás que no exagero.
Pero entre todo eso, también son días luminosos. Porque estoy iniciando un proyecto nuevo. Me estoy metiendo en un jardín ilusionante y misterioso a la vez. Porque es un jardín en el que nunca antes he estado. Fíjate hasta qué punto es terreno desconocido para mí que, entre las cosas que estoy creando, hay algo que se puede tocar y que no tiene nada que ver con el papel.
Y hasta ahí puedo leer, amiga. Ya vendrán datos más jugosos en los siguientes episodios.
Pero en este, lo que quiero es hablar de eso que aparece (sin que lo llamemos) cuando nos embarcamos en algo nuevo.
Efectivamente: el miedo.
El otro día estaba leyendo un libro y me encontré con un párrafo que decía: Una vida impulsada por el miedo es una vida en la que nunca haces planes, donde no puedes soñar con ambición. Significa vivir a salvo y en pequeño, siempre protegiéndote del peor escenario.
Me dieron ganas de subrayarlo, enmarcarlo y colgarlo en mi baño o en un tocador. ¡Me vi tan reflejada!
Es más, me dieron ganas de buscar las llaves porque estoy segura de haber habitado ese mismo lugar. Muchas veces, pensando en empezar algo nuevo, he estado tentada de aparcar la idea unos días o unos cuantos milenios para mantenerme a salvo, y he sentido que me encogía por dentro. Y que mi mundo se hacía más pequeño.
Porque si vivo protegiéndome del peor escenario, entonces vivo evitando el mejor.
Y yo no quiero vivir así. Quiero vivir con audacia.
Quiero mantener en primer plano el mejor de los escenarios y dejar que sea esa imagen (y no el miedo) la que guíe mis pasos.
Hay otra cosa que me pasa cuando creo algo desde cero. Y es que no hay camino. No hay manual. No hay referencias. Solo hay un fuego interior que enciende una intuición, pero que flota sobre la nada. No sé si tú también lo sientes: esa llama que te dice “por aquí”, pero que no te da ni un mapa ni una garantía. Y por no darte, no te da ni los buenos días .
Y, claro, cuando trabajas sola, aunque delegues ciertas cosas, el corazón del proyecto es tuyo. La idea es tuya. La duda es tuya. El riesgo es tuyo. Y, sobre todo, el miedo también es tuyo.
Yo me siento frente al ordenador, abro una carpeta nueva o creo una página en Notion, escribo el nombre del proyecto… Y es como convocar una reunión de urgencia con mis miedos. Un cónclave secreto que no se pierde ni uno.
Se presentan todos, oiga. No tendría más poder de convocatoria ni regalando un jamón.
El que pregunta quién me creo para hacer algo así. El que me dice que eso no lo va a querer nadie. El que me susurra que no es un buen momento. El que me sugiere que me quede haciendo lo de siempre, que no hay necesidad de arriesgarse así con lo bien que me va.
Ahí hay más gente que en el comedor de Harry Potter.
Y lo único que tengo claro es que no están ahí para protegerme. Están ahí para aniquilar mi proceso creativo. Ese es su trabajo.
Pero resulta que el mío es otro. Mi trabajo es no obedecerles.
Tal vez parece una tontería, pero cuando tuve esto claro, cuando empecé a formularlo así (”mi trabajo es no obedecerles”) se me hizo todo mucho más fácil. Esa maraña de voces perdió muchísima fuerza porque dijeran lo que dijeran mi trabajo es no obedecerles.
Ojo, con esto no te estoy animando a convertirte en una kamikaze y llevar adelante cualquier cosa aunque no te convenga. Ya cuento con que todas hacemos un análisis de la situación y sabemos si algo es contraproducente. Pero sí te animo a no quedarte escuchando las voces del miedo simplemente porque algo conlleva un riesgo ya que es nuevo.
Hay otra frase del mismo libro que también se me quedó clavada y siento que conecta muy bien con esto. Habla de hacer que tu modus operandi vital sea confiar y encontrar formas de deleitarte en el misterio de cómo se desarrollan las cosas.
Y es que justo así es mi proceso creativo.
No sé si a ti también te pasa, pero yo confío más cuando acepto que el proceso nunca va a ser lineal.
Que habrá días luminosos y días grises. Días amarillos y días oscuros. Y que no me tienen que gustar todos los colores, solo tengo que seguir moviéndome, atravesando ese momento de transición, ese umbral.
Pero esto ha sido un proceso largo que empezó el día en que me hice la pregunta de “¿qué haría si no tuviera miedo?”.
Mi deseo siempre ha sido más grande que mi miedo… Pero llegó un punto en que me di cuenta de que a veces mi ego era más grande que mi deseo. Y que ese era mi freno.
Ojo, cuando digo “ego”, me refiero a esa versión nuestra que queremos proteger a toda costa, esa identidad que hemos construido y que necesitamos mantener intacta.
Durante un tiempo, el miedo de no ser lo suficientemente buena en algo que llevaba soñando toda mi vida me tenía paralizada. La posibilidad de descubrir algo así se me antojaba tan aterradora que en vez de vivir haciendo lo que deseaba, vivía evitándolo.
¡Menudo clic entender esto!
Entender que no se trata de saber si soy suficientemente buena o suficientemente lista o si estoy suficientemente preparada. Se trata de saber si estoy dispuesta a seguir adelante a pesar de ello. Dispuesta a seguir amándome aunque no sea suficientemente buena. Dispuesta a apostar por la versión de mí que vive con audacia y no por la que vive en pequeño.
Porque, cuando te bajas la cremallera del ego, en el fondo ya no hay nada que perder salvo la oportunidad de una vida más grande.
Y no es más grande porque tengas éxito (aquí no hay garantía alguna). Las cosas pueden salir mal, claro. Y pueden salir bien.
Y, sobre todo, pueden salir por decenas de caminos intermedios que simplemente nos lleven a otros lugares.
Y fíjate qué cosa: en el fondo, da igual cuáles sean esos otros lugares.
Porque un día dedicado a intentar lo que quieres es mejor que un día dedicado precisamente a esquivarlo. Al menos estás viviendo de cara a lo que deseas. Y eso, amiga mía, ya es una forma de empezar.
Y al final, se trata de eso, ¿no? De juntar un puñado de días en los que decides callar las voces y convocar una confianza casi salvaje para mirar de frente lo que llevas dentro.
Hay un momento casi mágico en el que tu vida se expande, justo delante de esa línea tan finita en la que el miedo quiere que te detengas, pero que tú atraviesas dando un paso.
Y después otro. Y otro. Y otro…
Recuerda que también tienes la opción de escuchar estos episodios en mi podcast en vez de leerlos. ¡De hecho, te lo recomiendo porque la experiencia es mucho más potente!
Si quieres estar al día cuando haya episodios nuevos, inscríbete en mi newsletter «Hay un oso panda en mi ensalada». Al inscribirte, descubrirás por qué se llama así 😉. Y tendrás acceso a una montaña de consejos e información extra que no encontrarás aquí.