Es un hecho. Siempre se van los mejores. Yo ya estoy en ello por si las moscas. El día en que la parca venga a buscarme (espero que más tarde que pronto) me iré al otro barrio orgullosa de haber inventado dos deportes de riesgo: comer donuts como si no hubiera un mañana y centrifugar pensamientos. El primer hecho está sobradamente acreditado por el crecimiento exponencial de mi culo; el segundo tiene un claro reflejo en este blog. A menudo imagino mi cabeza como una pollería gigante, con todos esos pensamientos dando vueltas sin parar, sudando la gota gorda, cocinándose lentamente… Eso sí, para terminar siendo devorados por otros en la mayoría de los casos. Pero eso es harina de otro costal… o pollo de otra granja.
En estos días, sin ir más lejos, no paro de darle vueltas a mi silla. Y no, no me ha dado por montarme un tiovivo casero en la oficina. Estoy meditando concienzudamente sobre en qué momento nos hemos vueltos hermanas siamesas. Porque, aunque me cueste reconocerlo, últimamente parezco un gato de cerámica encaramado a una silla de oficina, no me muevo ni para parpadear. Ojo, que lo siguiente es empezar a usar pañales. Y es que parece que el trabajo pendiente se expande infinitamente y no hay horas suficientes al día para estar sentada frente al ordenador. Y cuando me despego, creo sinceramente que es el fin del mundo.
Hablando de este tema con otros emprendedores, me he dado cuenta de que no soy la única a la que le sucede. Todos pasamos por rachas más o menos largas en las que necesitamos trabajar muchas más horas de los razonable. Pero… ¿esto es realmente así? ¿Es absolutamente necesario trabajar todas esas horas y alargar sin fin nuestras jornadas? No. No lo es. Después de darle muchas vueltas al tema, he llegado a la convicción de que todas esas horas de más no son necesarias. Sólo creemos que lo son.
Había oído hablar del síndrome de la silla caliente que sufren los trabajadores en algunas empresas, pero nunca había caído en la cuenta de que los autónomos también lo sufrimos, aunque los matices son diferentes. Como lemures camuflados entre el follaje, los empleados de ciertas empresas se limitan a calentar su silla, es decir, a estar las horas que por contrato deben estar. La falta de motivación y la excesiva importancia que aún se le da en España al presentismo laboral son algunas de las razones que explican este fenómeno. Al final, la consecuencia es la disminución de la productividad, ya que realmente podrían hacer el mismo trabajo en la mitad de horas.
En los autónomos, sin embargo, el síndrome de la silla caliente se produce por todo lo contrario: hay un exceso de implicación en las tareas que hace que nos olvidemos de acotar nuestras jornadas de trabajo y poner límites. Al final calentamos la silla por superávit de responsabilidad, pero el resultado sigue siendo el mismo: una caída en picado de nuestra productividad. Cuanto más trabajamos, peor lo hacemos. El cansancio y la fatiga van en nuestra contra. Está demostrado que podemos hacer en sólo una hora el trabajo que realizamos en dos cuando estamos agotados. Lo que sucede es que es muy difícil darse cuenta de esto en plena vorágine de trabajo.
¿Cómo ponerle remedio entonces? Evitando que suceda.
La experiencia me ha demostrado que una vez que llegamos a ese punto es muy complicado solucionarlo. La ansiedad y el estrés nos vuelven ciegos cual topos con gafas de sol. Desoímos todos los consejos y hacemos caso omiso a cualquier intento de familiares y amigos de despegarnos de la silla. Pero cuando al fin lo consiguen es muy liberador. Pasada una fase inicial de terror, en la que pensamos que hemos acelerado la llegada del apocalipsis por el simple hecho de dejar de trabajar, se obra el milagro. Perdemos varias dioptrías mentales, empezamos a ver con claridad y hasta caemos en la cuenta de que nada era realmente tan urgente como para dejar de vivir. ¡Y lo que es mejor! Cuando paramos, disfrutamos y vivimos, nos volvemos más productivos, priorizamos mejor, somos más creativos y hasta más guapos.
Pero como no siempre van a venir a rescatarnos, lo mejor es que te autorrescates a ti mismo. Llénate la agenda de planes y de excusas para apagar el ordenador a una hora decente. Al principio te estresarás porque tú no dispones de tiempo para hacer planes, ¡tienes muchas cosas que hacer! Pero te aseguro que terminarás haciendo exactamente lo mismo, sólo que en menos tiempo y hasta mejor.
No es una fórmula mágica y es bastante probable que recaigas varias veces, pero ya lo dice el refrán: tanto va el cántaro a la fuente que algún día dejaremos de tropezar con la misma piedra. ¡O al menos eso quiero pensar! Por lo pronto, yo me aplico el cuento y ya tengo planeadas unas vacaciones para esta Navidad. El día 23 publicaré el último post de 2015 y no volveré por aquí hasta el 13 de enero. Puedo prometer y prometo que una parte de ese tiempo lo dedicaré a mejorar mi talento número 1: ¡comer donuts!
¿Y tú? ¿Has pensando ya cómo vas a autorrescatarte? ¡Cuenta, cuenta!
20 comentarios
Interesentísima reflexión, Susana! ¿Hasta qué punto alargamos nuestra jornada sin sentido o hacemos que se alargue precisamente por no acotarla? Creo que es algo que pasa mucho y sobre todo cuando pasas de trabajar para otro a trabajar para ti mismo. Me has hecho penda y reirme, claro. Como siempre, gracias
¡Gracias a ti, Lourdes! En 2016 seguro que lo hacemos mejor :*
Yo también espero que la parca vaya a buscarte muy muy tarde. Aún tienes muchos posts que escribir y muchos donuts que comer. Gracias por sacarme la sonrisa una semana más, crack.
Ay, sí, por dios. Al menos que la parca se espera a que vuelva de las vacaciones, que para una vez que me voy…
No puedo sentir más identificada con este post, Susana. En eso de alargar las jornadas soy la número 1 y acabo de quedarme un poco en shock pensando en que no es necesario aunque yo sienta que sí. Trabajo tengo una barbaridad, pero ahora estoy un poco desconcertada con esto de que podría hacer lo mismo en menos tiempo si me obligo a terminar antes. Esto tengo que probarlo sí o sí. ¡¡¡¡Gracias por hacerme pensar!!! Eres top total.
¡Gracias, Carolina! Cuéntame qué tal si haces la prueba, ¿vale? ¡Un beso!
Eres la monda, me encanta cómo escribes, sabes como dibujarme una sonrisa. Yo tengo esta tendencia en todo lo que hago, ya sea en el blog o en el trabajo. Me siento culpable hasta cuando paro para beber agua y mi cabeza es como un clasificador gigante que nunca se cierra. Pero tienes toda la razón, hay que saber poner límites. Ponerlos de hecho demuestra saberse gestionar. Yo también me iré una semanita a partir del 28 🙂
¡Muchas gracias, Sonia! Espero que disfrutes mucho de tus vacaciones y que cierres ese clasificador gigante, que seguro que, aunque no lo parezca, también lo necesita. ¡Un beso!
Me he reído un montón con el comienzo de tu post. ¡Aunque no sé si es para echarse a reír o a llorar!
Yo pensaba que era imposible que me doliera el culo de estar sentada, pero he descubierto que estaba equivocada. Tengo que obligarme a mí misma a levantarme de la silla y a decir «¡Hasta aquí he llegado!».
Me estoy autorescatando haciendo descansos obligados, y poniendo horas límites para trabajar por la tarde-noche. Y de momento funciona, aunque luchando poco a poco…
¡Qué bien, Ana! Poquito a poco lo conseguiremos. ¡Quién nos iba a decir que sería necesaria tanta fuerza de voluntad para dejar de trabajar!
Ya te decía esta mañana que soy lectora recalcitrante del blog y no me pierdo ni una sola entrada. Aunque yo ya pasé por todas estas fases que explicas en un pasado no muy lejano y a priori podría parecer que esto no me resulta interesante, tus consejos son siempre un buen recordatorio de lo que se debe hacer cuando llevas tu propio negocio y sobre todo de lo que no. Me encanta saber que los autónomos recién llegados tienen una sala de Spa emocional aquí contigo y me muero de envidia pensando en que ojalá yo la hubiera tenido cuando estaba empezando.
Tómate esas vacaciones tranquila que te las mereces, yo pienso hacer lo propio. Estas navidades te reto a un duelo de donuts sevillana
Jajajajaja, ¡reto aceptado! Llevo entrenándome todo el año para esto 😉 Me ha encantado lo del spa emocional, ¡lo voy a usar como eslogan!
¡A mí también me pasa! Me he encontrado diciendo que no a una cena con amigas para acabar de limpiar la bandeja de entrada. ¡Muy mal! La primera vez que tomé la decisión de » después de cenar, vida off line», me entraron sudores fríos y como que perdía el suelo bajo mis pies.
Tienes toda la razón del mundo: parar, pasarlo bien, meditar en mi caso, lo que sea, (te cambio el donut por un vinacho) nos hace más guapos. Oh! sí!
Jajajaja, somos unas yonkis del trabajo, ¡Maite! Ese trueque de donuts y vinos tenemos que hacerlo offline también, ¿eh?
Me ha encantado leer tus «pensamientos». Como las compañeras de fatigas que han escrito antes, también me siento identificada. Yo me había dado cuenta de que me pasa lo que expones, pero no habría sabido expresarlo tan fenomenalmente. Al haberme dado cuenta, ya había intentado evitarlo, pero sólo lo consigo a veces, me refiero a despegar el culo de la silla. Por ejemplo lo consigo cuando tengo que ir a por mis hijos al instituto, hacerles la comida, o hacer algo con la familia. Pensándolo bien, no me estoy autorrescatando, realmente alguien me rescata, aunque sea de forma involuntaria, ¡pero qué más da!, yo me dejo gustosamente.
Por cierto, ¿es este un síndrome femenino?, no veo hombres por aquí.
Saludos a tod@s y a ver quien consigue tomar la cena de nochebuena sin pegar el culo a la silla, je je
¡Hola, Eva! Las obligaciones familiares vienen genial para relativizar y darle a cada cosa la importancia que merece. Muchas veces pienso: si tuviera niños, esto no sería posible. Pero es que es junto así como debería ser: imposible. Pasarse 14 horas al día frente al ordenador no debería ser una opción posible. ¡Deja que te sigan rescatando aunque sea a la fuerza! Eso ya es un paso… Por aquí no suele haber muchos hombres: debe ser porque escribo demasiado sobre donuts y Brad Pitt 😉
Me ha encantado el post. Soy hija, nieta y sobrina de autónomos…La responsabilidad manda, pero hay que vivir!
Totalmente de acuerdo, guapa. Lo que pasa es que se nos olvida con demasiada frecuencia 😉
Me ha encantado Susana! Y yo que me lo había perdido la semana pasada con el estrés Navideño… Y justo ayer hablando del tema… Lo que te dije, necesitas un compañero perruno como yo, así al menos te obligas a dar unos paseos al día. En ocasiones yo los necesito más que el…
Síiii, tengo que planteármelo, aunque me da cierto reparo porque a mí se me mueren hasta los cactus, jajaja.