
Querida amiga, viene una época movidita para todas las personas que tenemos un negocio. El último trimestre del año es siempre de locos. Hay más campañas que nunca (Black Friday, Navidad…).
Además, tenemos el final de año a la vuelta de la esquina. Y eso significa que hay que pisar el acelerador con las entregas o los lanzamientos de muchos proyectos para llegar a tiempo.
Y, por si fuera poco, tenemos el estrés de que los números cuadren cuando hagamos balance a final de año, así que todo lo que no hemos facturado hasta ahora queremos hacerlo en estos últimos meses.
En fin, la vida de los pequeños negocios.
A medida que sube la intensidad de los retos que se nos presentan, también sube el nivel de lo que nos exigimos a nosotras mismas. Queremos hacer más y queremos hacerlo mejor. De repente, acabamos de cerrar el verano y ya tenemos la autoexigencia por las nubes. Nos exigimos facturar y llegar a una cierta cifra. Nos exigimos que funcionen nuestras campañas. Nos exigimos llegar a tiempo con las entregas y que sean un éxito…
A la vez que crece esta montaña de autoexigencia también lo hace la maraña de pensamientos que tenemos en la cabeza. Cuanto más nos exigimos no fallar, más nos ponemos la zancadilla. Porque precisamente en estos momentos es cuando más nos cuestionamos a nosotras mismas.
¿Y si no soy capaz? ¿Y si no llego a tiempo? ¿Y si no gusta lo que hago? ¿Y si no vendo nada? No, es que no voy a vender nada, seguro que esto sale mal. Seguro que terminan escogiendo otra opción. Seguro que no doy lo que esperaban de mí cuando me contrataron. Seguro que decepciono.
No queremos fallos, no queremos ni un solo tropiezo, pero estos pensamientos son precisamente las piedrecitas por las cuales vamos a tropezar. O no… Porque podemos cambiarlo.
Te invito a acompañarme en este nuevo episodio para ayudarte a visualizar este último trimestre del año, de una manera mucho más amable para ti misma.
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