
Querida amiga, hablemos de los picos de trabajo. Pero, sobre todo, hablemos de cómo los afrontamos para que no se conviertan en una constante en nuestra vida y no tengan más impacto del necesario en nuestros hábitos, nuestra salud, nuestra energía y nuestro disfrute.
¡Casi nada!
Alguna vez te he contado que, aunque llevo 5 años (desde que nació mi hija) haciendo deporte, realmente hasta este último año no he notado ningún cambio en mí (ni en mi fuerza, ni en mi nivel de energía, ni en mi bienestar mental… y por supuesto en mi aspecto exterior tampoco). Nada de nada hasta estos últimos 12 meses.
¿Y qué ha pasado este año para que haya notado un cambio?
Que, por primera vez, he sido constante. En años anteriores, había un patrón que repetía continuamente: entrenaba un par de meses, de repente venía un pico de trabajo y dejaba los entrenamientos durante otros 2 meses. Después los volvía a retomar, pero venía otro pico de trabajo y, para sorpresa de nadie, abandonaba otra vez el hábito. Una y otra vez se repetía la misma historia.
Después de un ciclo de constancia venía uno de abandono y olvido casi tan largo o más largo que el anterior.
Sin embargo, durante este último año nunca he dejado de entrenar más de 1 semana. Por supuesto, ha habido días en los que no he podido hacerlo, días en los que he tenido compromisos a primerísima hora, me he encontrado mal, mi hija ha estado enferma, nos hemos ido de escapada, he viajado a Sevilla a cuidar de mi madre por una operación…
Pero he intentado que fueran paréntesis puntuales y lo más cortos posibles, en lugar de abrir un ciclo impreciso y sin acotar en el tiempo, en el que simplemente no entrenaba y no sabía cuándo volvería a hacerlo.
Y se nota… ¡vaya si se nota! No he tenido unos brazos y unos hombros como los que tengo ahora en toda mi vida.
Pero, aunque me encantaría quedarme un ratito presumiendo de bíceps y deltoides, vamos con lo que importa, que es cómo abandonamos los buenos hábitos tan alegremente cada vez que viene un pico de trabajo. Y, sobre todo, qué hay realmente detrás de eso.
Durante mucho tiempo, yo viví en el auto-engaño. Me decía a mí misma que cuando pasara ese pico de trabajo todo volvería a la normalidad. Porque era solo un pico puntual. Porque después se iría y no volvería. Porque eran unas circunstancias extraordinarias que exigían un sacrificio extraordinario…
Paparruchas. Y de las grandes.
¡Qué bien se me daba mentirme y cerrar los ojos cuando no quería ver algo!
En esa etapa, no me daba cuenta de que esos picos de trabajo que yo calificaba de “puntuales” se habían convertido en mi normalidad. Cuando un pico de trabajo dura 2 meses, es realmente un acto de optimismo e inconsciencia llamarle “pico”. Eso es una meseta como un templo. ¡Es la meseta tibetana!
Por eso, el verdadero cambio que se produjo en mí vino a raíz de aceptar que yo vivía en esos picos. Que no era algo anecdótico, que era algo recurrente, que cada uno de ellos se extendía demasiado en el tiempo y que, por tanto, no podía gestionarlos poniendo mi vida en pausa hasta que pasaran. ¡Porque entonces mi vida iba a estar más tiempo en pausa que en marcha!
Al principio, me enfoqué mucho en ver de qué manera podía dejar de tener picos de trabajo. Hice cambios y mejoraron algunas cosas. Los picos se hicieron un poco más previsibles y se espaciaron en el tiempo. Pero todo tiene un proceso. No puedes pretender pasar de vivir en una vorágine continua de picos de trabajo a que desaparezcan del todo. Los negocios no funcionan así. Los cambios siempre son graduales.
Tenía que aceptar que seguiría habiendo picos de trabajo, pero empezar a gestionarlos de forma diferente.
Y aquí vino el verdadero punto de inflexión: aceptar la existencia de picos, pero (lejos de normalizarlos) intentar que no se dilataran de forma indefinida, sino que estuvieran lo más acotados posible, y tener un plan de acción que me permitiera salir de esos picos cuanto antes sin dejar de cuidarme.
Suena bien, ¿verdad?
Pero ¿sabes qué es lo que suena aún mejor desde que abordo mis picos de trabajo de esta manera? Mi calidad de vida. Así que quiero contarte qué es lo que hago exactamente:
Lo primero es acordar conmigo misma cuándo va a terminar ese pico. Obviamente, mi intención con los picos de trabajo nunca fue que se dilataran hasta el infinito. De hecho, me sumergía en ellos y trabajaba sin cesar con el objetivo de salir de ahí cuanto antes.
Pero algo muy curioso de los picos de trabajo es que, por muy duros que sean, te acostumbras a vivir en el sobreesfuerzo. Y llega un momento en que ya no es estrictamente necesario trabajar a ese ritmo pero sigues porque has perdido el norte de qué era lo que tenías que sacar adelante sí o sí y qué es aquello que realmente no corre tanta prisa.
Sigues porque te has convertido en una máquina de sacar trabajo adelante y piensas que cuanto más trabajo saques ahora, más despejado se te va a quedar tu horizonte.
¿Pero sabes qué? Que el trabajo nunca se acaba. Siempre habrá cosas por hacer.
Decidir de antemano una fecha de finalización para ese pico de trabajo es una manera de romper con la inercia. También es un modo de decirle a tu cerebro que esa no es tu normalidad y que no debe quedarse a vivir en ella.
Una vez que he acotado en el tiempo el pico de trabajo, viene la siguiente gran decisión: ¿cómo va a ser mi vida durante este pico? ¿Qué voy a hacer para salir de aquí pronto pero sin dejar de cuidarme? Esto implica renunciar a algunas cosas para liberar tiempo, pero también blindar tus innegociables. Por ejemplo, durante mi último pico de trabajo, blindé:
- Mis entrenamientos de fuerza de lunes a viernes. Porque sé lo importantísimos que son, sobre todo, después del bache de salud que he atravesado. Y la salud es el pilar sobre el que se construye todo lo demás.
- Mis paseos al sol. Porque tiendo al déficit de vitamina D y porque no sirve de nada entrenar si después te pasas el día sentada frente al ordenador. No quiero ser una persona sedentaria que entrena. Quiero una vida en movimiento.
- Mis horas de sueño. Porque si hay algo que he aprendido es que dormir poco no me hace más productiva, solo me hace más lenta, más irritable y menos creativa. Así que en este punto, no negocio.
- Mis comidas a la mesa y sin pantallas. Porque comer con prisa y de cualquier manera es la receta perfecta para sentirte agotada y desconectada. Y porque no quiero que mi cuerpo reciba el mensaje de que no hay tiempo ni para lo más básico.
- Al menos un rato al día con mi familia en el que mi atención sea 100% para ellos. Porque no quiero que me recuerden solo como alguien que siempre tenía algo pendiente.
Sin embargo, sí renuncié a:
- Mi ratito diario de journaling. Porque, aunque me ayuden y me sienten muy bien, sé que mi salud emocional no va a resentirse por prescindir de esto durante unas semanas.
- Tiempo diario para seguir formándome y creciendo como profesional. ¿Me aporta? ¡Por supuesto que sí! Pero ponerlo en pausa unas pocas semanas no va a hacer una gran diferencia.
- Consumir contenido ajeno. Hay creadores que me encantan y me inspiran muchísimo. Pero limitar mi tiempo de consumo en pos de mi tiempo de creación es una gran ayuda para acortar el pico de trabajo.
- Proyectos paralelos o ideas nuevas. La creatividad es un músculo difícil de frenar, pero un pico de trabajo no es el mejor momento para abrir nuevos frentes. Guardar esas ideas en un «parking creativo» y retomarlas después es clave para no dispersarse.
- De manera muy puntual, una tarde de algún fin de semana específico (pero, ojo, la tarde de un solo día, no de todos los sábados y domingo).
Durante mucho tiempo, gestionar un pico de trabajo significaba para mí trabajar más y más rápido. Pero hoy sé que en realidad se trata de tomar decisiones inteligentes sobre en qué invertir tu energía y en qué no.
En un pico de trabajo, no todo se puede sacrificar en nombre de la productividad. Y aquí es donde está el gran aprendizaje: no podemos seguir pensando que cuidarnos es opcional. Porque, aunque nos lo parezca, no estamos dejando de lado “detalles” sin importancia. Estamos dejando de lado las bases que sostienen todo lo demás.
El problema no es que vengan picos de trabajo. El problema es que nos acostumbramos a ellos.
Que dejamos que se alarguen más de lo necesario.
Que cuando finalmente terminan, nos toma semanas recuperarnos porque estamos agotadas, drenadas y completamente desconectadas de nosotras mismas.
¿Cómo sería tu vida si, en lugar de entrar en pánico cada vez que viene un pico de trabajo, tuvieras un plan para atravesarlo sin dejar de cuidarte?
Porque al final, la clave no es evitar los picos. Es aprender a no desmoronarnos con ellos.
Es aprender a sostenernos.
Es entender que trabajar más no significa necesariamente hacerlo mejor.
Es aceptar que, cuando nos sacrificamos sin límites en nombre de la productividad, estamos sembrando la semilla del agotamiento, la frustración y el estancamiento.
Y si queremos construir un negocio que dure, no podemos permitirnos vivir al borde del colapso todo el tiempo.
Así que la próxima vez que sientas que un pico de trabajo te arrastra, pregúntate:
- ¿Estoy trabajando más de la cuenta solo porque ya entré en inercia?
- ¿Estoy sacrificando cosas esenciales que me ayudan a sostenerme en el tiempo?
- ¿Estoy haciendo esto de la manera más estratégica posible, o solo estoy sobreviviendo?
Porque sí, habrá momentos en los que tendrás que apretar el acelerador. Pero eso no significa olvidarte de frenar a tiempo. No significa olvidarte de ti.
Porque al final, los picos de trabajo no son el problema.
El problema es cuando convertimos la urgencia en rutina.
Cuando nos acostumbramos tanto al sobreesfuerzo que dejamos de cuestionarlo.
Nos decimos «es solo por un tiempo», pero el tiempo se alarga.
Nos prometemos «ya descansaré después», pero el después nunca llega.
Y un día nos despertamos y nos damos cuenta de que hemos construido un negocio en el que no cabemos.
Por eso, la próxima vez que te sientas atrapada en un pico de trabajo, no te preguntes solo cómo avanzar más rápido. Pregúntate también cómo quieres sostenerte en el camino.
Porque si siempre estás al límite, no estás construyendo un negocio, estás sobreviviendo a él.
Y eso no es éxito. Eso es olvido de ti misma.
Y tú no llegaste hasta aquí para desaparecer dentro de tu propio proyecto. Viniste a ser más tú que nunca.
Recuerda que también tienes la opción de escuchar estos episodios en mi podcast en vez de leerlos. ¡De hecho, te lo recomiendo porque la experiencia es mucho más potente!
Si quieres estar al día cuando haya episodios nuevos, inscríbete en mi newsletter «Hay un oso panda en mi ensalada». Al inscribirte, descubrirás por qué se llama así . Y tendrás acceso a una montaña de consejos e información extra que no encontrarás aquí.