Querida amiga, soy muy afortunada. En 10 años de trayectoria en redes, nunca he recibido mensajes negativos. Nunca… hasta hace unas semanas.
Me considero una afortunada porque las redes me han traído lo que más valoro de todo: una comunidad de mujeres empáticas, educadas, cariñosas y talentosas con las que comparto viaje y con las que hablo a diario de aquello que nos une. Nos animamos unas a otras, nos aconsejamos, nos reímos… Abrir mi buzón de mensajes directos en Instagram es la versión 2.0 de mis quedadas de juventud con amigas en la plaza del pueblo.
Pero hace unas semanas me escribió una persona enfadada. No sé con quién ni con qué. Pero quedaba muy claro que estaba enfadada. Dudo mucho que fuera realmente conmigo porque parecía no saber nada sobre mí. Hablaba dando cosas por sentado que nada tenían que ver con quién soy ni con mi trabajo. Me dio la sensación de que en los caminos inciertos de Instagram se había cruzado con uno de mis Reels y se había montado una película a base de suposiciones en las que cualquier parecido con la realidad era pura casualidad.
La cuestión es que esta persona estaba muy indignada por el hecho de que yo hablara sobre crear contenido, ya que, como me dijo textualmente, “o trabajas o creas reels chulos”. En su opinión, yo era una privilegiada que no tenía que trabajar y podía dedicarme a a jugar a los reels como quien juega a las muñecas.
¡Me cortocircuitó el cerebro! Esta persona hablaba de alguien que no era yo. Estoy casi segura de que vio en alguna imagen el tamaño de las ventanas de mi casa y sacó conclusiones erróneas.
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