
Querida amiga, arráncate la etiqueta, quítate el disfraz.
Que sí, que sí, que te lo digo a ti. Quítate esa etiqueta que llevas colgando porque es de un disfraz que ya no te sirve.
No me he vuelto loca.
Hoy quiero hablar contigo de algo que, aunque invisible, pesa más que cualquier equipaje: las etiquetas que nos han puesto y que hemos decidido llevar como propias.
Esas palabras que, como tatuajes sin tinta, han ido marcando nuestra piel y nuestro modo de mostrarnos al mundo, especialmente en lugares como Instagram.
Etiquetas que puede que no te molestaran en un pasado, que no te cortaran demasiado las alas, pero que se convierten en un verdadero estorbo cuando emprendes y de repente tienes que ser el alma, la voz y hasta la cara visible de tu marca.
Un lastre enorme cuando tienes que salir ahí afuera, a la inmensidad de Instagram, a comunicar y ser vista.
Piensa en esa vez que alguien te dijo que eras «demasiado tímida» o «poco creativa» o “que no caías bien”, y cómo, sin darte cuenta, empezaste a creerlo. O quizás tú misma te has colocado etiquetas como «no soy buena hablando en cámara» o «mi vida no es lo suficientemente interesante para compartirla«, “yo no tengo una historia que contar”, “lo mío no son los vídeos”. ¿Te suena?
Las redes sociales, y en particular Instagram, pueden ser un espejo deformado donde las etiquetas se amplifican. Vemos a una inmensidad de personas sacando a pasear sus talentos… y nos preguntamos si encajamos en ese escaparate.
¿Será que yo siendo tan “x” o tan “y” tengo un hueco aquí?
Llega un momento en que, a fuerza de repetirlas, las etiquetas, aunque sean falsas, terminan formando parte de nuestra identidad real.
Si no tenemos cuidado, si no ponemos a prueba esas etiquetas para demostrarnos que no son ciertas, que es algo que simplemente nos dijeron y asumimos como cierto, empiezan a afectar en la forma en que nos vemos a nosotras mismas. “Yo soy mi etiqueta”. Y la uso constantemente para esconderme detrás de ella. Para no ponerme a prueba por si fallo, por si no llego al nivel que yo misma me he marcado como aceptable.
Nuestro cerebro es increíblemente eficiente para confirmar lo que ya creemos, aunque no sea cierto. Esto se debe al sistema de activación reticular, un filtro natural que actúa como guardián de nuestra atención. El SAR se asegura de que, entre los millones de estímulos que nos rodean, nos enfoquemos solo en lo que hemos considerado importante.
Por ejemplo, si crees que no eres buena en vídeos, tu SAR se encargará de reforzar esa idea. Cada vez que cometas un error técnico o alguien no interactúe con tu contenido, ese filtro hará que lo notes más, como si gritara: «¿Ves? Esto no es para ti«.
Pero al mismo tiempo, ignorará los pequeños logros o los comentarios positivos que no encajen con esa creencia limitante. Es como si tu cerebro te diera la razón, aunque no la tengas.
Por eso, cambiar las etiquetas no es solo un acto de voluntad; es también reprogramar este sistema para que empiece a buscar pruebas de lo contrario.
Cuando decides decirte «estoy aprendiendo a mejorar mis vídeos«, tu SAR comenzará a resaltar cada pequeño avance, cada comentario positivo, y poco a poco empezarás a ver pruebas de que esa nueva etiqueta es cierta.
Muchas veces, no parece grave. He tenido cientos de alumnas escondiéndose detrás de etiquetas aparentemente inofensivas como “yo no puedo hacer vídeos porque me salen churros” o “yo no puedo salir en mi contenido porque van a pensar cosas malas sobre mí”.
Pero, a la larga, esas etiquetas están afectando a su negocio (a su medio de vida, a aquello en lo que ponen tanta alma, tantas horas y tanto esfuerzo), están limitando sus opciones a la hora de comunicar y promocionar sus marcas, las posibilidades de llegar a más clientes o de dar con el perfil de cliente soñado.
Pero es que además, en el fondo, esas etiquetas que parecen que se limitan a un pequeña parcela llamada Instagram, impactan en sus vidas. Si yo me asigno la creencia de que soy ese tipo de personas que no puede hacer algo que los demás sí pueden, o de ese tipo que va a recibir críticas si se muestra al mundo, estoy erosionando mi autoestima.
Eliminar esas etiquetas y elegir otras nuevas que coincidan con tu valía es transformador.
Cuando era pequeña, me dijeron muchas veces y de formas muy diferentes que lo mío no era hablar en público. Ya habrás notado que tengo frenillo y cierta dificultad para pronunciar las erres. Por ese motivo, mientras crecía, oí muchas veces el mismo comentario de algunos profesores, familiares, vecinos… “uy, qué raro habla esta niña”, “a ver, di madre otra vez”, “y ahora di “ratón”, a ver cómo te sale”, “¿pero por qué lo dices así, si es más difícil que decirlo normal?”, “a ti en la radio no te contratan, ¿eh?”.
No había llegado a la adolescencia y ni siquiera sabía a qué me iba a dedicar cuando ya me había apropiado de la etiqueta de que calladita estaba mejor.
Recuerdo que al principio de emprender, durante un tiempo, evité todo lo que implicara hablar en cámara o a través de audios. Tenía esa etiqueta tan pegada que la sentía como parte de mi propia identidad. Pero al hacer eso, no solo me estaba escondiendo yo detrás de la etiqueta. Estaba limitando las posibilidades de que mi proyecto llegara por otras vías a otras personas.
Un día, cansada de sentirme tan limitada, me atreví a poner mi voz en off, como narración, en un vídeo. ¿Sabes qué pasó? La respuesta fue abrumadoramente positiva. Nadie reparó en mi frenillo y, si lo hicieron, no le dieron la más mínima importancia porque estaban simplemente escuchando mi mensaje, conectando con lo que yo tenía que decir, sintonizando con la honestidad de mis palabras.
Cuando te liberas de las etiquetas, empiezas a comunicar desde un lugar más genuino, y eso se nota. Tu contenido fluye, tus mensajes resuenan y, lo más importante, disfrutas del proceso.
Las etiquetas, además de impactar profundamente en tu autoestima y en tu valentía como creadora, afectan tu creatividad. Si te dices a ti misma «no soy buena escribiendo captions» o «mis historias no interesan a nadie«, estás cerrando la puerta antes de siquiera intentar abrirla.
Es como intentar construir una casa dejando las ventanas tapiadas: te proteges del viento, pero también te privas de la luz y de las vistas. ¿Hasta qué punto estás disfrutando de tener esa casa?
Piénsalo así: cada vez que aceptas una etiqueta, le das poder sobre ti. Pero también puedes crear tus propias etiquetas empoderantes. Puedes pasar de «No soy constante en redes» a «Estoy aprendiendo a comunicar a mi ritmo«, de «No tengo carisma» a «Mi carisma es ser exactamente como soy».
Porque las etiquetas no son verdades absolutas. Son solo palabras que tú decides si se quedan o se van.
Y obviamente esto es un proceso, no se consigue por arte de magia. Las etiquetas que nos creemos y nos apropiamos son complejas de deshacer porque tienen una parte de verdad. Pero muchas veces tomamos esa parte de realidad pequeña, que es cierta y evidente, y la extendemos a algo más grande, absoluto y limitante.
En mi caso, tengo frenillo, es una realidad. Pero la comunicación oral va mucho más allá de si pronuncio regular algunos fonemas, ¿verdad? En la comunicación oral, hay mucho de cómo construyes las frases, de tu tono de voz, de la cadencia de tus palabras, de tu capacidad para conectar con los demás a un modo profundo…
Todas esas son cualidades que te hacen comunicar bien a través de lo verbal.
En tu caso, tal vez sea cierto que has hecho unos vídeos terribles a nivel técnico cuando lo has intentado. Pero también puede que sea cierto que tienes cierta sensibilidad para plasmar lo cotidiano, o que no te aclares con la luz pero hagas bonitos encuadres… O que simplemente lo has hecho con prisas, te faltaba información, no has entrenado la mirada previamente observando de un modo más consciente los vídeos de gente que lo hace bien…
Y aquí es donde te lanzo esta pregunta: ¿Qué etiqueta llevas hoy que ya no te sirve? Piensa en eso mientras recorres tu feed, mientras escribes tu próximo post, mientras dudas si grabar unos Stories. Pregúntate: ¿Esta etiqueta me potencia o me limita? Si la respuesta es lo segundo, quizá sea momento de dejarla ir. O, al menos, de ponerla en duda, de hacer la prueba.
Al final, somos mucho más que las palabras que alguien nos dijo o que nosotras mismas nos creímos.
Así que este año hazte un favor: quítate las etiquetas que no te hacen justicia. No hay nada más poderoso que una mujer que se redefine a sí misma. Porque tú no eres lo que te dijeron que eras. Tú eres lo que decides ser.
Arranca las palabras que te han pegado al pecho,
despega los «no soy» que alguien dibujó sin tú quererlo,
reclama el espacio donde cabes sin esfuerzo.
Si vamos a llevar etiquetas,
que no sean de las que nos disfrazan,
sino de las que nos desvisten de todos los miedos.
Recuerda que también tienes la opción de escuchar estos episodios en mi podcast en vez de leerlos. ¡De hecho, te lo recomiendo porque la experiencia es mucho más potente!
Si quieres estar al día cuando haya episodios nuevos, inscríbete en mi newsletter «Hay un oso panda en mi ensalada». Al inscribirte, descubrirás por qué se llama así . Y tendrás acceso a una montaña de consejos e información extra que no encontrarás aquí.