El truco creativo que aprendí de mi hija

Querida amiga, estoy fascinada con la etapa de la maternidad que estoy viviendo ahora.

¿Es este un episodio sobre maternidad? No, ¡en absoluto! Es un episodio sobre creatividad. Y enseguida entenderás por qué.

Después de unos primeros años de crianza en los que mi hija me reclamaba para absolutamente todo, hace un tiempo que ha empezado a jugar sola. Nos encanta jugar juntas, pero ahora, si estoy ocupada, ya no me necesita para inventar historias ni mundos nuevos. Y no sabes lo que disfruto escucharla jugar mientras hago otras tareas.

Como muchos niños, mi hija tiene un juego muy libre, lleno de historias que va narrando en voz alta, improvisando y enriqueciendo sobre la marcha. Desde cualquier rincón de la casa, la escucho desplegar a su antojo ese mundo de fantasía sin esfuerzo alguno. Sin guiones, sin límites, sin miedo. De la forma más orgánica y natural posible.

Todo fluye como si hubiera abierto un grifo y no hubiera posibilidad de que no saliera agua.

Claro, no puede ser de otra forma. Todo es juego y disfrute. No hay relojes. No hay juicios.

Cuando comparo esto con la tarea de crear contenido, entiendo muchas cosas.

Entiendo el rechazo a sentarnos a crear, incluso cuando sabemos que somos capaces. Entiendo la procrastinación y la montaña de excusas que colocamos delante para evitarlo.

Porque cuando decimos que no queremos crear contenido, muchas veces no estamos huyendo de las ideas o del acto en sí, sino de algo mucho más incómodo: de las expectativas y de los plazos.

Huimos de la obligación de hacer de ese rato de juego algo útil, que tenga x resultados, y que además esté terminado en poco tiempo para seguir con nuestra larga lista de compromisos y exigencias de adultos.

Estamos huyendo de la presión de que cada publicación sea brillante, de que cada idea sea aplaudida, de que todo tenga que ser perfecto y rápido.

Si yo obligara a mi hija a inventar un juego divertido, innovador y que le encantara no solo a ella, sino a otras personas, en el plazo de una hora, se quedaría pegada a la pared, inmóvil, sin poder jugar. Se quedaría petrificada como si la hubieran encerrado dentro de una armadura de hierro. Y no jugaría porque dejaría de tener en sus manos la materia prima con la que fabrica su juego: tiempo, no tener que demostrar nada a nadie y el sagrado y único objetivo de divertirse a sí misma…

Es con esta materia prima con la que mi hija, de repente, convierte una bicicleta en un hotel de bebés rodante, transforma los pedales, el sillín y la cesta en camas, y les invita a cerrar los ojos con la promesa de que mañana estarán en otra parte.

La creatividad no nace en espacios donde todo está cronometrado y donde se exige que sea extraordinaria. La creatividad necesita aire para respirar.

Sin tiempo, sin espacio para la experimentación, mi hija habría terminado recurriendo a un juego de mesas, a caminar sobre un tablero en el que otra persona ya ha dibujado un camino, a seguir las normas que han escrito otros.

Sin tiempo para explorar, sin la libertad de equivocarse, mi hija habría terminado recurriendo a un juego de mesa, caminando sobre un tablero donde otro ya dibujó el camino. Y eso no es jugar, es repetir.

Sin tiempo para explorar, los adultos hacemos lo mismo.

Nos quedamos pegados a la pared, mirando la pantalla vacía, o corremos en círculos, haciendo una y otra vez lo mismo que sabemos que no funciona, porque no tenemos espacio mental para probar algo nuevo.

Y he aquí la cuestión: si no experimentas, no hay juego. Si no hay juego, no hay disfrute. Y si no hay disfrute, no llegas a ningún lugar nuevo.

Lo único que haces es imitar a otros o repetir lo de siempre.

Como creadoras, el juego debe ser parte del proceso. Queremos saltarnos esa parte porque no hay tiempo, porque la agenda aprieta, porque tenemos miedo… Pero es que esa es la parte más importante de todas. 

Y resulta que es la única que no te estás permitiendo.

Necesitamos aprender a mirar la primera fase de la creación de contenido como un niño mira el juego. Sin mapas, sin límites, con la confianza de que, aunque no sepamos dónde vamos, el simple hecho de avanzar nos llevará a un lugar nuevo.

Es curioso: muchas veces no creamos porque sentimos que no tenemos las ideas perfectamente terminadas y con todo lujo de detalles en nuestras cabezas. Pero las ideas no nacen sentadas en una silla, esperando a que algo perfecto caiga del cielo. Las ideas nacen mientras juegas. Mientras pruebas. Mientras te permites el lujo de equivocarte.

De hecho, me pregunto si el verdadero lujo como personas adultas no será el equivocarse. 

Dejar de buscar para poder encontrar.

Como bien dijo Jackson Pollock una vez: “No busco, encuentro.”

Ya sabes que Jackson Pollock es uno de los artistas más reconocidos del siglo XX. Y si hay algo que lo hizo tan especial fue su forma de pintar, que parecía más bien un accidente. 

Pollock no utilizaba pinceles como los demás, sino que dejaba que la pintura cayera en el lienzo de forma libre, salpicándola, dejándola fluir, jugando con el caos. Fue esta técnica, conocida como dripping, la que marcó un antes y un después en el mundo del arte. Y lo fascinante es que, en sus propias palabras, él no buscaba nada en concreto. Solo experimentaba. Probaba. Dejaba que el proceso lo guiara.

¿Te imaginas lo que habría pasado si Pollock hubiera esperado a tener en la cabeza un cuadro perfecto antes de acercarse al lienzo? Probablemente nunca habría pintado nada.

Y ahí está el mensaje. 

La creatividad no se trata de saber exactamente lo que quieres hacer antes de empezar. 

Se trata de permitirte encontrarlo en el camino.

Así que quiero que hagas como Pollock: mancha tu lienzo. Experimenta. Juega. Porque no necesitas saber a dónde vas para llegar a un lugar extraordinario.

Como con el hotel rodante de mi hija, no necesitas nada más que cerrar los ojos, y confiar en que mañana, cuando los abras, estarás en otro lugar.

Porque, al final, la creatividad no tiene que ser un lugar perfecto. Solo tiene que ser un lugar al que quieras regresar.

Recuerda que también tienes la opción de escuchar estos episodios en mi podcast en vez de leerlos. ¡De hecho, te lo recomiendo porque la experiencia es mucho más potente!

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