Cuando la niña toma las riendas de tu negocio

Querida amiga, esto de emprender a veces marea. Marea mucho. Es como pasarse la vida montada en un tiovivo.

Yo lo llamo el tiovivo de las emociones.

Hay días que estás arriba. Días que estás abajo. Y días en los que… ¡todo a la vez!

Ahora estoy animada; ahora lo veo todo negro. Ahora soy la ama del mundo; ahora voy cuesta abajo, sin frenos, y estoy abocada al fracaso.

A mí esto me sorprendió mucho al principio. Nunca antes me había pasado cuando trabajaba por cuenta ajena.

Obviamente, tenía días mejores y días peores. Días en los que sentía que me había caído una bronca injusta y no había puesto un pie en casa cuando ya estaba abriendo la página de Infojobs porque necesitaba urgentemente un cambio de aires.

Pero incluso en esos momentos no pasaba por estados de ánimo tan extremos ni me afectaba en la percepción que tenía de mí misma. Si había tenido un problema, podía sentirme dolida con mi jefe o con algún compañero, pero eso no modificaba cómo me sentía respecto a mí. Lo externo no me hacía sentir más ni menos válida.

Ni en la cima del éxito ni en el valle de la miseria.

Pero, de repente un día, pasados los primeros momentos de entusiasmo y luna de miel en mi negocio, me empezó a pasar. Y cuando lo hablé con algunas compañeras que también tenían sus propios negocios, descubrí que era algo muy común.

Una especie de plaga emocional, silenciosa, escondida entre todas nosotras. Un pellizco en el ánimo que nos alcanzaba a casi todas en algún momento.

Desde entonces, no he parado de detectar un patrón muy similar. Antes, cuando trabajabas para alguien más, eras capaz de salir de la oficina y, aunque hubieras tenido un mal día (a no ser que te pasara algo muy grave), sentirte tranquila contigo misma aun cuando te sintieras mal respecto a otros.

Sin embargo, con tu propio negocio, hay una voz interna constante, demandante, insistente, que no te deja tranquila… Una pulsión que te obliga a revisar las notificaciones, echar un vistazo para comprobar si ha habido alguna venta nueva, entrar una y otra vez en el post que acabas de publicar para ver cómo va…

Y, sobre todo, te obliga a juzgarte a ti misma en función de todo eso. Te lleva a considerarte más o menos válida dependiendo de si has vendido o no, de si lo que has publicado gusta más o gusta menos…

Es como si pasáramos de ser adultas emocionalmente estables cuando trabajamos para otros a convertirnos, sin darnos cuenta, en niñas, en equilibristas caminando en la cuerda floja cuando trabajamos para nosotras mismas.

Es como si trabajando por cuenta ajena lo hiciéramos desde nuestra parte “adulta”. Pero en el momento en que entramos en temas de ventas, de estrategias, de si algo funciona o no, es como si nuestra niña interior de 8 años tomara el control. Esa niña que busca la aprobación, que persigue constantemente el amor de los demás y que se siente insegura cuando no recibe la atención o la validación que necesita.

Y por eso te autoexiges sin medida. Porque esta niña interior nunca se permite descansar. Ella piensa que tiene que trabajar sin parar para ganar aprobación. Porque siente que si para, nadie la va a querer. Por eso está siempre haciendo más y más, agotándose, porque cree que su valor depende de su productividad.

Y por eso te obsesionas con la perfección. Porque esa niña de 8 años siente que tiene que hacerlo todo perfecto para ser digna de cariño. Entonces, nunca lanzas un producto hasta que todo está súper híper ultra pulido. O te quedas paralizada cuando crees que algo podría salir mal. Porque tu niña no puede soportar el miedo que le provoca la posibilidad de que le rechacen. Esa niña teme que un mínimo fallo haga que pierda el aprecio de los demás.

Y por eso necesitas la aprobación externa constante. Y revisas compulsivamente el número de likes, comentarios o ventas, buscando validación, incluso cuando no quieres hacerlo. Porque tu niña de 8 años sí quiere. Lo necesita. Es como si dijera: “¿Ves? Si la gente compra, es porque soy buena en lo que hago. Si no, es porque algo está mal conmigo.”

Y por eso también te comparas constantemente con otras personas y vives tu emprendimiento con el síndrome de la impostora sobre tus hombros. Porque la niña de 8 años, al sentir que no es suficiente, duda de sí misma y teme que, en cualquier momento, «descubran» que no merece lo que ha logrado. Que todo ha sido cuestión de suerte y no de mérito propio. Así que vives en constante alerta.

Incluso cuando logras algo importante, lo achacas a la suerte. En lugar de disfrutarlo, sientes que no ha sido mérito tuyo, que “cualquiera” podría haberlo hecho.

Esta niña de 8 años necesita tanto que, cuando ella está al mando, nada parece ser suficiente. Aunque vendas, aunque consigas reconocimiento, tu autoestima sigue montada en un tiovivo, subiendo y bajando con cada pequeña victoria o contratiempo. Porque, en realidad, lo que busca esta niña no es una venta ni un like ni un email nuevo. Todo eso le da igual.

Es solo la manera que ha encontrado de pedir ayuda en tu vida de adulta, con las reglas de tu juego.

Lo que busca es algo más profundo: la validación de que ella, tal como es, sin hacer nada más, ya es suficiente.

Y es ahí, en ese refugio pequeñito y reconfortante de ser suficiente, donde nos vamos alejando de lo perfecto. Nos alejamos para acercarnos a la niña que no para de pedir ayuda en ese grito que nadie escucha. Y la miramos para después decirle que puede soltar el mando. Que ahora somos nosotras quienes la cuidamos ❤️.

Recuerda que también tienes la opción de escuchar estos episodios en mi podcast en vez de leerlos. ¡De hecho, te lo recomiendo porque la experiencia es mucho más potente!

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