La cárcel invisible que casi me hizo renunciar

Querida amiga, hace unos meses estaba leyendo una novela en la cama, a punto de quedarme dormida, cuando una frase me despertó de golpe. ¿Sabes ese momento en el que empiezas a mezclar lo que lees con los primeros desvaríos del sueño? Pues ahí estaba yo, con los párpados como plomo, a punto de sucumbir al cansancio. Y justo en ese momento, una frase me atravesó como un rayo.

Decía exactamente esto:

“Resulta muy revelador descubrir que la cárcel no era el lugar, sino el punto de vista” (La biblioteca de medianoche).

Boom.

Acababa de encontrar mi cárcel.

Una cárcel en la que llevaba encerrada y paralizada mucho tiempo. Pero deja que te cuente un poco más porque estoy segura de que mi cárcel se parecía a la de muchas otras. Y quizás mi llave también pueda ser la tuya.

Ya he contado algunas veces que este año ha sido difícil para mí. Hace justo 12 meses empecé a encontrarme físicamente muy mal y, al acudir al médico, me encontré con un diagnóstico que me dejó en shock. La historia corta es que paré mi actividad profesional unos meses para ocuparme de mi salud porque, si había posibilidades de detener lo que me estaba sucediendo, era con un control absoluto de mis niveles de estrés.

Así que paré y me quedé observando el mundo. Hasta ahí todo bien.

El problema es que esta crisis de salud no había venido sola: lo que me estaba pasando me impactó tanto a nivel emocional que anímicamente estaba muy flojita.

Y claro, cuando te paras a observar el mundo sin encontrarte bien, cuando miras el mundo desde un lugar equivocado, tiendes a sacar conclusiones erróneas.

¿Qué conclusiones saqué? Básicamente, que en mi sector había demasiada gente haciendo lo mismo que yo y que, por tanto, tenía que hacer otra cosa. ¿Qué cosa? ¡Ni idea! Porque a mí me encanta lo que hago. Amo cada uno de mis proyectos desde lo más profundo de mi corazón porque es precisamente ahí donde se gestaron.

Desde fuera, sé que suena muy absurdo, pero internamente yo me estaba preparando para despedirme de mi profesión porque sencillamente sentía que ahí ya no había sitio para mí. Que me había quedado sin espacio. Que estaba, en definitiva, dentro de una cárcel.

Ya imaginarás el impacto que supuso para mí leer que la cárcel no era el lugar, sino el punto de vista.

¡Porque precisamente yo estaba encerrándome en mi perspectiva de las cosas! ¿Cómo no iba a haber sitio para alguien que siempre ha destacado por hacer las cosas diferentes? Si hay un hueco propio, ¡es para los que hacen las cosas bien y diferentes!

Hay muchísimas personas dando 4 tips sobre Instagram, eso es cierto. ¿Pero cuántas hay yendo a lo profundo de la estrategia porque, más allá de que te hagas viral, también quieren que tu negocio funcione? ¿Y cuántas integran además en sus formaciones toda la parte técnica de creación y al ver su contenido ya te queda claro que controlan mucho del tema porque predican con el ejemplo? ¿Y cuántas tienen formación universitaria real en marketing y publicidad?

En mi lista inicial, la de personas que ofrecen formación sobre Instagram, había cientos de nombre. Pero ¿sabes cuántas quedaron en la lista final? Ya lo adivinas, ¿verdad?

Ahí tenía mi cárcel y ahí tenía mi llave.

Fue tremendamente liberador. Por eso, te animo a hacer una lista similar sobre tu sector para que te des cuenta de que marcas como tú hay muy pocas. Y de que no hay mejor hueco que el de ser quien tú eres.

Ni mayor pérdida que la de dejar de ver quién eres de verdad.

Personalmente, siento que gran parte de mi crisis y mi bloqueo se debió a eso, a dejar de verme, a dejar de entender qué es lo que me hacía buena a mí (con independencia de lo que estuvieran haciendo los demás). Y eso me generó un vacío tan grande que me absorbió por completo.

No sé si crees en las casualidades, pero si esa frase encontrada en una novela me provocó un click mental, lo que me pasó al día siguiente lo multiplicó por mil. Ese día mi hija trajo a casa un trabajo que había estado haciendo en el cole. Era sobre el universo. Había una parte en la que hablaban sobre las estrellas. Y, de nuevo, una frase volvió a atrapar toda mi atención: los agujeros negros son los restos de antiguos estrellas.

Boom.

Ahí estaba otra vez el azar hablando conmigo.

Los agujeros negros son estrellas que han dejado de brillar.

¡Yo me sentía como un agujero negro! Había dejado que mi luz se apagara porque ya no la veía ni la mostraba a los demás. Pero ahí estaba el recordatorio: los agujeros negros no son el final. Son una prueba de que alguna vez brillaron intensamente.

Y eso me hizo pensar. Si un agujero negro es un eco de luz pasada, ¿qué pasaría si, en lugar de mirar el vacío, tratara de recuperar lo que hizo brillar esa estrella? Porque mi luz no se había ido del todo. Estaba escondida, esperando que yo volviera a buscarla.

Ahí fue cuando me di cuenta: brillar no se trata de intensidad, sino de intención. Brillas cuando haces aquello que te conecta contigo misma. Cuando recuerdas lo que te hace única.

Tenía que re-apropiarme de esa luz. Entender cuándo brillaba más, en qué era buena yo, en qué destacaba, y volver a mostrarme como tal.

¿Pero cómo se vuelve a brillar cuando te has apagado?

No te lo vas a creer, pero la respuesta me llegó de nuevo por casualidad esa misma noche, viendo un vídeo de una entrevista del doctor Wayne Dyer. Decía: “cuando bailas, tu objetivo no es ir a un lugar determinado de la pista. Es disfrutar cada paso del camino”.

Cataboom.

Se vuelve a brillar bailando. Y dejando que te vean bailar.

Se vuelve a brillar sacando a la pista esos pasos que siempre te han divertido, que son tan tuyos que puedes hacerlos con los ojos cerrados, que se te dan realmente bien. Se vuelve a brillar cuando te olvidas de la pista, de la gente, de los otros bailarines, y simplemente te sintonizas de nuevo con la música y la disfrutas.

No hay nada más seductor que ver a otra persona disfrutando de hacer aquello que le gusta y sabe hacer. Sin más.

Tal vez ahora mismo te sientas un poco agujero negro. Apagada, confundida, atrapada en una cárcel que ni siquiera sabías que habías construido.

Pero te prometo que tu luz no se ha ido. Solo está esperando a que vuelvas a bailar. A que salgas a la pista. A que te olvides del espacio que ocupan los demás. A que vuelvas a oír esa música que siempre ha estado ahí.

Querida amiga, tu luz no se ha ido; se ha escondido en un rincón esperando que la llames por su nombre, que la invites a volver.

La luz nunca se va del todo. Y a veces, todo lo que necesita para regresar es un primer paso, como si le estuvieras diciendo: “aquí estoy, lista para bailar de nuevo” ❤️.

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