Nos hacemos pequeñitas. No es algo a propósito. Ni conveniente. No es algo que decidas.
Pero lo hacemos.
Primero tenemos ese momento fantástico en el que soñamos con lo que vendrá y nos ponemos metas maravillosas para el año que tenemos por delante. Y después, finalmente, cuando nos toca ponernos manos a la obra, nos hacemos una bolita.
Nos entran las mil dudas, recordamos todas las veces que hemos fracasado, nos cuestionamos, nos comparamos y nos achicamos.
Tomamos todo eso que somos y lo ponemos al lado de eso inmenso que creemos que son los demás. Y entonces nos sentimos diminutas, incapaces… y un poco raras. Porque resulta que no nos parecemos a aquellos con quienes nos comparamos. Y, claro, terminamos pensando que eso tiene que ser malo.
Aquí te cuento por qué no te conviene entrar en el juego de las comparaciones
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