Un barrio, un descampado, un puente, 5 avenidas, 7 plazas, 12 callejuelas y 3 soportales. En total, 2 kilómetros separaban mi casa de la biblioteca del pueblo. Tenía terminantemente prohibido hacer todo ese recorrido sola cuando era pequeña. Así que, cuando tenía que buscar información para hacer algún trabajo de clase, rezaba para que se alinearan los astros y mi madre pudiera llevarme.
Una vez allí, rezaba para que estuviera libre el tomo que yo necesitaba de la única enciclopedia que había para los 15.000 habitantes de Castilleja de la Cuesta, provincia de Sevilla. “Por favor, por favor”, le decía al universo mientras cruzaba la entrada, “que estén usando el tomo de la A, el de la C, el de la N… pero el de la D no, por favor, el de la D no”. A mis 8 años, era una experta diminuta en el arte de la manifestación. Y, por suerte, también en los 100 metros lisos. Así que por si acaso el universo no estaba de mi lado, corría como una lagartija asustada entre las estanterías, hasta alcanzar el tomo de la D. ¡Bravo! Estaba a un paso de descubrir los misterios del sistema digestivo.
En ese momento, no sospechaba que esa carrera entre estanterías me iba a traer grandes satisfacciones en mi vida. Si quieres conocerlas, te las cuento aquí
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