Haz esto cuando no sepas qué camino tomar

Querida amiga, esta historia comienza con una pregunta, cuando el aire era templado y los almendros ya habían perdido sus flores.

En esa época me encontraba en una encrucijada. Tenía que elegir entre dos caminos y no tenía ni la más remota idea de cuál era mejor. Después de un tiempo de pausa, había llegado el momento de retomar mi negocio. Tenía ante mí dos ideas de proyectos que iban a marcar el rumbo de mi futuro laboral y ninguna pista de cuál de esas 2 ideas funcionaría mejor.

Llevaba semanas intentando elegir (¡intentando adivinar el futuro!) y mi bloqueo iba en aumento. Me pasaba las jornadas analizando opciones y consecuencias sin haber concluido nada importante al llegar la noche. Incluso monté un tablero en mi escritorio que parecía el mapa mental de un detective.

Pero nada me ayudaba a decidirme.

Hice de todo. Apliqué técnicas de análisis empresarial; me imaginé tomando un camino y luego el otro; pregunté a amigos; consulté a expertos… Nadie pudo darme una respuesta clara. Porque lo cierto es que ambos caminos tenían sus pros y sus contras. Ambos podían salir bien o podían salir mal dependiendo de cómo los enfocara.

El problema era que no sabía cómo enfocarlos, que había un montón de cosas que no tenía claras. Y por eso era incapaz de elegir.

Algo muy lógico, por supuesto. Porque desde la encrucijada apenas puedes ver los primeros metros de ambos caminos. Estás demasiado atrás para saber lo que viene después.

La cuestión es que después de mucho tiempo paralizada sin poder moverme porque no sabía qué camino elegir, un día sencillamente elegí uno y empecé a andar. Seguía sin tener nada claro. Lo único que sabía es que había que elegir una opción para poder dar pasos, para dejar de estar quieta.

¿Sabes qué pasó?

Meses. Pasaron meses. Muchos meses.

Pasó el verano, el otoño y, bien entrado el invierno, cuando los almendros se preparaban en silencio para volver a dar flores, llegó lo que esperaba.

El cómo hacerlo llegó cuando ya llevaba meses trabajando en ese proyecto. El secreto de la salsa que tanto anhelaba para asegurarme que ese proyecto iba a salir bien me esperaba en un tramo mucho más avanzado del camino, un tramo imposible de intuir desde la encrucijada.

La respuesta que tanto buscaba no vino desde fuera, no me la dio nadie. La encontré dentro de mí cuando había profundizado lo suficiente en el proceso.

Y solo cuando di con ella me di cuenta de lo increíblemente difícil e improbable habría sido pensar en eso antes de empezar. ¡No se me habría ocurrido ni en mil años! (De hecho, prepárate porque es algo que te va a enamorar por completo).

Y es que el cómo casi nunca llega antes del primer paso. Confías y avanzas. Y el camino te muestra respuestas que no podías anticipar desde el principio.

Desde la encrucijada no podemos ver con claridad porque la claridad no está allí. Solo aparece cuando decidimos movernos, cuando hacemos del acto de caminar una herramienta de descubrimiento.

Fue el movimiento, y no la contemplación, lo que permitió que el proyecto cobrara forma y que las respuestas emergieran desde dentro. Es como si el acto de elegir no solo despejara el camino, sino que lo creara.

Por eso, tengo claro que el proceso te cambia más que el resultado.

Quizás al principio te embarcas en algo para lograr una meta concreta, pero lo cierto es que el proceso nos transforma en el camino. Las habilidades, la mentalidad y la resiliencia que desarrollamos son los verdaderos logros, no solo el resultado final.

Estoy segura de que muchas de las personas que me escuchan ahora mismo también están esperando a tenerlo todo claro antes de empezar con algo. Están esperando a sentirse más preparadas, a tener menos miedo, para dar los primeros pasos. Pero sentir miedo mientras caminas forma parte del proceso. Este tipo de miedo no es una señal de que debemos parar o esperar, sino de que estamos en el umbral de algo importante y hay que seguir.

Porque realmente ya estás en el proceso, aunque no te des cuenta. Pensamos que confiar en el proceso significa seguir un plan perfectamente trazado, pero muchas veces ya estamos en él, incluso cuando nos sentimos perdidas. Las piezas se están moviendo hagamos lo que hagamos, incluso si no hacemos nada.

Mientras yo creía estar en pausa, esperando respuestas, el proceso ya había comenzado. Aunque no podía verlo, aunque parecía que todo estaba quieto, dentro de mí ya estaba ocurriendo algo. Porque lo que percibimos como vacío (esa incertidumbre, esa falta de claridad)  no es realmente un vacío. Es espacio.

Espacio para que las ideas germinen, para que las emociones se asienten y las conexiones se tejan en silencio. Es como un suelo fértil que necesita quedarse quieto para que algo nuevo empiece a brotar. En esos meses que parecían estériles, mi subconsciente estaba trabajando, preparándome para lo que venía, aunque yo no me daba cuenta.

El vacío no es ausencia, es potencia. Y muchas veces no lo entendemos hasta que miramos atrás.

Y es ahora, mirando atrás, que me doy cuenta de que aquella incertidumbre, ese vacío que parecía eterno, era un abono más que necesario en mi vida.

Y como los almendros, florecí sin prisa, a su tiempo. Sin entenderlo todo, pero con la certeza de estar transformándome en el proceso, recordándome que la vida siempre sigue adelante, incluso cuando parece detenida.

Ahora sé que el vacío no es la ausencia de vida, sino su prólogo. Y que atravesarlo es la única manera de llegar al lugar donde realmente queremos estar.

Recuerda que también tienes la opción de escuchar estos episodios en mi podcast en vez de leerlos. ¡De hecho, te lo recomiendo porque la experiencia es mucho más potente!

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