Querida amiga, se nos acaba el año. Se nos acaban las páginas de las agendas, las libretas, los balances… De hecho, incluso se nos acaba esta temporada de Hay un oso panda en mi ensalada. Cerramos, con este último episodio, una temporada en la que, sin duda, he alcanzado la meta de la constancia.
Empecé el año en modo slow, creando algunos episodios con cuenta gotas y, a medida que me he ido encontrando físicamente mejor, he podido comprometerme semanalmente y terminar 2024 con 35 capitulazos que ojalá hayas disfrutado tanto como yo.
Imagino que, a estas alturas del año, tú también andas haciendo el recuento de lo que has conseguido. Estamos en ese momento en el que todos hacemos balance y las agendas se llenan de propósitos.
No sé cómo va tu recuento, pero espero que ya estés celebrando tus logros. No me importa si has tachado todos los puntos de la lista que escribiste hace un año, o si la mayoría de tus metas aún están sin marcar. Sé que has tenido logros porque cada día está hecho de pequeñas hazañas. De ese tipo de hazañas que no tenemos anotadas y que rápidamente normalizamos y dejamos de tener presentes.
Quizás has logrado ser más asertiva con un cliente, has encontrado espacio para caminar un rato cada tarde, has admitido en voz alta una verdad que te costaba pronunciar, o te has permitido descansar un día sin sentir culpa.
Puede que no hayas conseguido pintar el cuadro completo, pero cada pincelada ha sido una declaración de intenciones. ¡Y qué pinceladas, amiga!
Hace poco me topé con una entrevista a una entrenadora personal en la que hablaba sobre el deporte, la salud y la constancia para mantenerse en forma. Mientras la escuchaba, me di cuenta de que todo lo que ella explicaba encaja perfectamente en el mundo del emprendimiento. En el deporte –al igual que en nuestros negocios– no se trata de una gran menta, de un gran momento puntual. No es sólo cruzar la meta en una carrera espectacular o alcanzar la facturación soñada. Es el hecho de levantarte cada día, a pesar de que no tengas ganas, a pesar del cansancio, a pesar de las dudas, y hacer esa pequeña acción que suma: el entrenamiento de 20 minutos, esa nueva estrategia de contenido que pruebas hoy, el email que envías a tu lista, la publicación que subes a redes, la llamada difícil que haces a ese cliente potencial.
En el emprendimiento, igual que en el deporte, la verdadera fuerza no se halla en la meta final, sino en la identidad que forjas con cada movimiento. No eres las ventas logradas, el número de seguidores alcanzados o el nuevo producto que has sacado. Eres la persona que ha decidido, día tras día, reflejar sus valores en sus actos. Cuando pones tu alarma un poco antes para trabajar en esa idea, cuando ajustas un pequeño detalle en tu branding, cuando escribes un poco mejor ese email, te estás convirtiendo en esa persona que mañana alcanzará sus metas más grandes. Estás creando un hábito que se vuelve parte de tu ecosistema interior.
Las grandes metas son lo de menos. Lo importante es si te estás convirtiendo en la persona que puede lograrlas. El quid de la cuestión es si tus pequeños pasos diarios y tus decisiones conscientes son los de ese tipo de persona. Cuando desarrollas esa identidad, las acciones salen más fluidamente porque ya no dependes de “estar inspirada” ni de tener suerte. Simplemente haces lo que corresponde a quien eres. Y lo demás se pone en marcha. Viene en camino.
La clave está en forjar y cuidar de esa identidad. Por ejemplo, si decides ser puntual, o ser esa persona que cumple sus hábitos, cada día que llegas a tiempo o que eres fiel a esos hábitos, refuerzas esa identidad en ti. Si estableces que vas a mejorar tus ventas, cada vez que te comprometes con el siguiente paso (con un plan para tu contenido, con cuidar mejor la experiencia de tus clientes…), te demuestras que eres la persona que convierte ideas en realidades.
Somos un lienzo vivo en una constante metamorfosis. Cada elección minúscula que hacemos, cada hábito que repetimos, cada día en que actuamos de un modo determinado, va cincelando no sólo nuestras rutinas, sino la estructura misma de nuestro ser. Sin darnos cuenta, nuestras conexiones neuronales se reconfiguran, abriendo nuevas sendas mentales y desterrando las viejas. ¡Es fascinante! Tu cerebro, en cada acción pequeña (aunque parezca irrelevante), está archivando la prueba de lo que eres capaz de hacer y, por tanto, de quién eres en realidad.
Cada decisión diminuta que tomas alineada con la persona que quieres ser, está levantando un andamio interno que sostiene la versión de ti que todavía crees lejana. Somos seres que construyen su propio mapa mental con detalles tan sutiles que ni siquiera somos conscientes del inmenso poder que hay en una sola gota de esfuerzo diario. A la larga, esas gotas son mares profundos. Por eso, sin darte cuenta, ya estás cambiando, ya estás habitando la piel de quien serás mañana.
Este es el último episodio del año, y mientras pienso en las metas que me propuse hace doce meses, no puedo evitar sonreír. Sé que algunas no las alcancé por completo, pero su semilla ha germinado en pequeñas victorias cotidianas.
Espero que tú también estés sonriendo al pensar en las tuyas.
La mayor hazaña no es haber tachado todos tus objetivos, sino haberte demostrado a diario quién eres. Por eso, mientras el calendario se desprende de la última página, recuerda que tu grandeza es un millón de minúsculas victorias que te pertenecen por completo.
Y así cerramos el círculo. Empezamos este episodio celebrando las pequeñas acciones y terminamos honrando el tapiz que forman. Y la persona en la que ya te has convertido. Y ese, querida amiga, es el mayor logro de todos.
Recuerda que también tienes la opción de escuchar estos episodios en mi podcast en vez de leerlos. ¡De hecho, te lo recomiendo porque la experiencia es mucho más potente!
Si quieres estar al día cuando haya episodios nuevos, inscríbete en mi newsletter «Hay un oso panda en mi ensalada». Al inscribirte, descubrirás por qué se llama así . Y tendrás acceso a una montaña de consejos e información extra que no encontrarás aquí.