
Querida amiga, la vida tiene un lenguaje peculiar y, a veces, me encantaría que viniera con diccionario incorporado. Hace unos días, estaba trabajando concentradísima frente al ordenador cuando sonó el timbre y salí corriendo para abrir la puerta. Esperaba un paquete, así que abrí sin mirar antes por la mirilla, con la seguridad de quien sabe lo que le espera al otro lado.
Pero no era lo que yo esperaba.
Detrás de la puerta encontré el objeto más imprevisto, fortuito e inexplicable de todos. Había una maza de hierro de 18 kilos. El maldito martillo de Thor me esperaba al otro lado de mi puerta.
La sorpresa me impidió articular palabra y, cuando quise darme cuenta, había firmado el albarán, la repartidora se había marchado y yo podía dominar los cielos con mi martillo o unir mi casa con la del vecino.
¿De dónde había salido semejante cosa? Eso es lo que me dispuse a averiguar a continuación. ¡Pero no había etiqueta de remitente! Y ningún miembro de mi casa lo había comprado.
El enigma duró un buen rato. Y dio lugar a todo tipo de teorías conspiranoicas, como la del regalo inesperado de un psicópata detallista. O la del mensaje del universo. Y es que en esos días yo había estado pidiendo una señal clara, inequívoca y que no pudiera interpretarse de ninguna otra manera.
En esas fantasías andaba cuando, de repente, se me encendió la bombilla: yo no había comprado una maza, pero… ¿había comprado algo en alguna tienda en la que, por error, me hubieran podido enviar una maza?
Bingo: había comprado una linterna en Leroy Merlin. ¡Misterio resuelto!
O casi… porque… ¿qué se supone que quiere decirte la vida cuando pides una señal, compras una linterna y te envían el martillo de Thor a casa?
Esta misma pregunta fue la que compartí por Stories aquel día y dio lugar a muchas risas y a una gran variedad de interpretaciones.
Tengo la suerte de haber conocido gracias a Instagram a la comunidad de mujeres más ocurrentes, graciosas, sensibles y listas que hay en redes. Y esto no es cuestionable. Y además es extensible a las oyentes de mi podcast y lectoras de mis newsletters.
No tengo dudas y además tengo un montón de pruebas.
La cantidad de análisis y de lecturas que me llegó a raíz de compartir esta anécdota equivalen a 5 tesis y 8 doctorados. Increíble vuestra capacidad para hilar fino.
Algunas me compartisteis mensajes como “no necesitas más luz, necesitas más contundencia”, “para ver la luz necesitas derribar antes algunos muros”, “la vida te da lo que necesitas, no lo que pediste” o “tú ya tienes luz, así que dale duro”…
Todas estas interpretaciones me dejaron pensando. Pero… ¿por qué te cuento esto?
Porque más allá de la anécdota y de si interpreté o no todo esto como una señal y del significado que le di, me llevó a reflexionar sobre algo importante. Algo que creo que nos afecta a todas.
A veces pedimos claridad y la vida nos responde con contundencia. A veces creemos necesitar más luz, pero lo que realmente nos hace falta es la determinación de actuar.
Muchas veces hacemos lo contrario de lo que realmente nos ayudaría. En lugar de dirigir nuestra energía hacia lo que nos impulsa, la malgastamos tratando de iluminar caminos que en realidad no son los nuestros.
Piensa en tu negocio (o incluso en tu vida en general).
Cuántas veces has tratado de forzar algo que no terminaba de funcionar.
Cuántas veces has insistido en vender un producto o un servicio que tu público no terminaba de valorar.
Cuántas veces has intentado crear contenido siguiendo todas las tendencias, cuando lo que mejor te ha funcionado ha sido lo que hiciste a tu manera.
Cuántas veces has intentado atraer clientes donde no estaban, en lugar de fortalecer la relación con quienes ya te valoraban.
Cuántas veces te has sentido estancada, como si estuvieras insistiendo en encajar en una estrategia que, por mucho que ajustes, no parece llevarte a donde quieres.
No estás sola ni eres rara, que conste.
Nos han vendido la idea de que hay que insistir, de que hay que hacerlo todo, de que si algo no funciona es porque no lo estamos intentando lo suficiente. Y a veces puede ser cierto, claro. Por eso la capacidad de análisis y autocrítica es importante. Pero otra veces la realidad es diferente. Es que nos estamos empeñando en darnos cabezazos con la misma pared.
A veces, lo más sabio que podemos hacer es dejar de forzar lo que no fluye y empezar a apostar por lo que sí tiene sentido.
Al final, hay un momento en el que tenemos que dejar de insistir en las cosas que no nos devuelven nada. Soltar lo que solo nos drena. Dejar de empujar puertas que no se van a abrir.
Si vamos a invertir nuestra energía en algo, que sea en lo que ya está funcionando o, al menos, en aquello que se puede mejorar cambiando cosas pero que ya tiene una base.
En lo que nos mueve hacia adelante, en los clientes que nos valoran, en los caminos que de verdad nos llevan a algún lugar.
Porque la vida nos habla, sí, pero no siempre grita. A veces es solo un susurro, una coincidencia curiosa, un clic inesperado en medio del ruido.
No siempre es un relámpago iluminando el cielo. No siempre es Thor prestándote su martillo y convirtiéndote en diosa del trueno.
A veces es solo un destello tenue, una chispa discreta que, si le prestas atención, empieza a expandirse poco a poco.
Así que la próxima vez que te preguntes si sigues por el camino correcto, en lugar de buscar señales estruendosas, prueba a bajar el volumen y escuchar lo que sigue ahí, aunque no haga ruido.
Porque la respuesta, muchas veces, no está en lo que sigues intentando que funcione. Está en lo que ya funciona y no te habías parado a mirar o a valorar.
Quizás, en mi caso, la señal no era la linterna. Quizás tampoco era la maza. Quizás la verdadera señal estaba en darme cuenta de que había dejado de mirar.
Porque a veces no es cuestión de insistir más, sino de mirar mejor. De soltar lo que no encaja y aferrarnos a lo que sí. De dejar de golpear puertas cerradas y empezar a empujar aquellas que ya están entreabiertas.
El truco no estaba en buscar más luz, en comprar una linterna, en recibirla en casa, en hablar con la mensajera.
El truco estaba en abrir la puerta.
Y dejar que pasara lo que tuviera que pasar.
Recuerda que también tienes la opción de escuchar estos episodios en mi podcast en vez de leerlos. ¡De hecho, te lo recomiendo porque la experiencia es mucho más potente!
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