Tengo vértigo. Y miedo. Por lo que está por llegar.
Hace unos meses lloraba a moco tendido en la consulta de una doctora intentando digerir el diagnóstico que me acababa de dar. Ese tipo de diagnóstico que suena a sentencia llena de verdaderas absolutas, extremas e inamovibles. Sentencias del tipo “nunca más podrás volver a…” que se te clavan en el pecho como un rosario de espinas.
De hecho, los episodios de podcast de Glow Up parten de ahí, de ese instante en la consulta de esa doctora y ese sentimiento de tristeza tan enorme que me dejó sin ganas de planificar mi año ni de hipotecar mi energía en un nuevo capítulo de esta peli de acción llamada “emprendimiento”.
En 9 semanas de caminar bajo el sol cada día, retomar mis entrenamientos de fuerza, darme una pausa, pensar mucho y a ratos no pensar nada, respirar, venirme arriba, venirme abajo, buscar el centro entre los polos, abrazar algunos árboles, abrazarme mucho a mí, lamerme unas cuantas heridas… y bendecir mi suerte por fin. Porque en 9 semanas aprendí cosas importantes. La primera es a no creer en los “tú nunca más”.
Te cuento en qué creo ahora y mis aprendizajes, aquí
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